10. Sin final. Lo escribo ya sin dudas y con tu nombre solitario en mente, tu nombre que encierra lo que no fue y en cuyos trazos está al mismo tiempo la distancia más corta y el infinito. Suma y conciliación de todos los contrarios. Sólo una vez más escribiré tu nombre y será la última, aún en busca de encerrar la eternidad en cinco letras. Sin final tu nombre solitario en la última línea de la última hoja que te escriba ya. Levanto la pluma en busca de la palabra mágica que sea la última pero no termine. Quiero escribir tu nombre sin final o no escribirlo nunca más para que no termine. Robarle letras a los sueños y al insomnio para escribir tu nombre en tinta de lagrimas y sangre que me permita con una sola, última palabra retenerte siempre y dejarte libre. Sin final.
Hacía falta poco, apenas nada para ser feliz, pero hasta ese poco te llevaste y no contenta te llevaste todo. Te llevaste la esperanza y el futuro, me dejaste para siempre atrapado en un mundo más allá del tiempo. Te llevaste todo amor, menos tu nombre triste, ya más mío que tuyo, tu nombre que quizá sea la clave para empezar de nuevo, para llenar los espacios vacíos de tu ausencia con recuerdos, con sonrisas y siluetas de las manos que ya no volverán a tocarme, con imágenes pálidas o deformes de tus ojos que no me dirán te quiero sin hablar. Al principio es poco lo que falta para ser feliz, pero no dejaste nada. Te llevaste el rayo de luz, la gota nimia de agua; todo te llevaste y ya no sé si el recuerdo sirva de consuelo o sea sólo otro aspecto del tormento. Si cerrar los ojos y soñarte sirva de algo porque al sueño sigue siempre el despertar. Despertar en el fin del mundo, sin luz ni oriente, despertar en el infinito de tu ausencia, perdido en el cuarto oscuro en que tu nombre y el mío hacen eco y juegan entre las paredes y el silencio. Despertar en el cuarto que dejaste para no volver, donde tu mano y la mía alguna vez, pero nunca más. Nada queda. Sueño, escape y esperanza, te llevaste todo porque ya no sé soñar contigo sin despertar lloroso, herido para toda la vida.
Sin final, más allá de la vida entera. Sin final pensarte y extrañarte, saber que te llevaste todo y que tu nombre queda apenas como un eco solitario que me devuelve tu ausencia sin imagen. Tu nombre que es principio y fin de este laberinto triste del que no sé salir o no quiero o puedo porque aún me atan mis palabras y las tuyas. Sin final, dijimos. Sin final juramos. Sin final tejimos sueños. Sin final pudimos construir vida y mundos nuevos; pero ahora, ya colgado, ejecutado, nada queda en el resto de mi cuerpo para andar o levantarse, nada entre mis ojos ya para soñar o construir. Nada tiene ya mi corazón arrodillado para levantar la frente. No hay escape ni esperanza porque te llevaste todo. Sin final.
Porque a diferencia del amor o la presencia, sólo el abandono es interminable. Los abrazos tienen límite, la ternura en una mirada tiene fin y cada sonrisa lleva escrita e indeleble su fecha de vencimiento. Pero el abandono no termina, no conoce límites ni vencimientos; la ausencia es todo lo que te precede y sigue sin tregua, vorágine oscura a la que es imposible darle la espalda, que todo lo abarca y lo transforma hacia el olvido. Olvido sin final también, sin final se irán perdiendo las líneas de tu rostro y de tus manos, el vago rastro de tu olor sobre mi piel. Sin final te iré perdiendo hasta tener sólo tu nombre escrito en la última línea de la última hoja donde con lágrimas y sangre te haré eterna por tu nombre.
Y sin embargo, aunque me hayas arrancado todo y redujeras a cenizas nuestro valiente mundo nuevo, al levantar la pluma con tu nombre sin final como principio recupero un poco todo aquello que robaste y destruiste. Palabras, como dijiste alguna vez, palabras que no bastaron para cambiar tu mundo pero al mío lo hicieron nuevo para darte espacio a destrozarlo. Palabras que quizá de nuevo cambiarán al mundo y hagan de este fin un principio siempre a punto de y siempre sin final. Palabras como eterna división de la distancia.
Eterna y sin final la distancia que multiplicas cada instante, con cada paso de renuncia que te aparta de mí y de todos los sueños que tejimos juntos. Eterna división del tiempo que sigue siempre hacia adelante, el tiempo que empieza en tu abandono y no termina nunca porque nunca volverás. Distancia que crece con el tiempo sin final, con cada noche en vela donde tus ojos no me buscan y tu voz no me encuentra. Tiempo, distancia y posibilidades que son reflejos de lo que no fue y lo que pudo ser. Todo se traduce en palabras inútiles que repito una y otra vez en un juego de vacío para matar los días imposibles de tu ausencia en que tu fantasma acecha en cada extraña que cruza por la calle, en los pasillos de la escuela y por cualquier sitio, en todo lugar tu sombra sin cuerpo que se hace material en cada cuerpo del que espero tu sonrisa y me entrega siempre la extrañeza, el vacío o la soledad.
Infinito el fin del mundo, sin final el tiempo y las palabras, las miradas y los cuerpos, sombra siempre del tuyo que me perseguirá en sueños cada noche sin esperanza, sueños de los que despierte herido para toda la vida y sin final. Ahora ya no sé si quiero el sueño o el insomnio porque en esta vigilia horrible ni los sueños traen consuelo. Consuelo que es tu nombre donde encierro tu memoria, memoria que es alivio y desconsuelo porque estás y no. Te llevaste todo y sólo queda ya tu nombre solitario y triste, ahora mío, tu nombre como primera y última palabra desde la que puedo reconstruir el pasado, nuestros veinte días. Esa corta inexistencia que no pudiste llevarte ni arrancarme aunque todo me quitaste. Veinte días para dividirlos en horas, en minutos y segundos, para continuar así hasta llegar a un número infinito, irracional, hasta el instante mas pequeño y nimio que ocupe el fin del mundo y me permita devolver la luz que te llevaste al universo de tu ausencia sin final. Luz que surja desde el relato minucioso y absoluto de cada mirada, cada suspiro, caricia y beso. Cada variación en tu piel, toda célula que haya muerto en ella y se quedó pegada en mí, rastro lúgubre de tus caricias. Relato y descripción perfecta del movimiento que te forma, dadora de muerte, ladrona de esperanza, que te forma con moléculas siempre en devenir, siempre la misma y otra, amor mío, siempre la misma en mi memoria pero siempre otra en cada instante, muerte y resurrección aceleradas que dieron ser al cuerpo que abracé y se extinguió al siguiente aliento. Existes lejos, otra, pero ya no existes tú, la misma, la que estuvo y desapareció entre mis brazos. Mi memoria es un vacío eterno como tu ausencia, y eterna será la descripción de nuestros veinte días divisibles hasta el infinito, eterna pero apenas suficiente para escapar de mi presente y llenar el espacio sin final de tu partida.
Pero son palabras, me digo. Palabras inútiles son lo que me queda y la primera de todas ellas es tu nombre. Levanto la pluma y pienso en escribirlo. Tomo un instante interminable para resucitar lo que fue tu nombre antes, lo que es ahora solitario y triste tu nombre mío, con el que quiero superar a las palabras y encontrar el modo imposible de vivir infinitos veinte días y tratar a toda la felicidad que imaginé y te robaste, la felicidad que nunca fue como si hubiese sido mía. Pero de las nubes nada se construye. Levanto la pluma y tu nombre está a punto de, líneas claras y sencillas a punto de escribir con tinta de lágrimas y sangre. A punto de escribir por última vez tu nombre y empezar a llorar sin detenerme, atrapado en el instante del final del mundo, en tinieblas, triste. Levanto la pluma a punto de escribir y nada escribo. Porque de todas partes, de ningún sitio, me alcanza tu voz y una sonrisa que me dicen te quiero. ‘Soy ausencia’, dice una voz que es tuya y no, ‘soy ausencia pero estoy contigo’. Y en la pared de este laberinto sin final, cadalso siempre pospuesto, ejecución siempre postergada, tu letra en tinta roja como sangre en la pared escribe ‘te quiero hasta el fin del mundo’. Pared de roca muerta que vuelve a vivir como vuelve mi cuerpo con tus palabras que son aliento, sangre, cera y tinta sobre la sentencia de un principio nuevo.
Palabras, tinta y sangre en la pared inamovible del fin del mundo. Sangre de nuestras manos que se desgastaron en caricias, de nuestros labios que besamos hasta que doliera, sangre de nuestros cuerpos muertos de muerte de amor por veinte días. Sangre de tu alma y la mía, sangre con que encuentras la fórmula imposible, la frase mágica que al fin concilia todos los opuestos. Desde el fin del mundo encuentras un principio, desde la despedida un nuevo encuentro. Y con la misma sangre del corazón que aniquilaste e hiciste trizas, escribes las palabras que empiezan a formarlo de nuevo.
Tu voz me alcanza desde el tiempo y la distancia infinitos de tu ausencia. Con tinta y sangre escribes lo imposible en la pared de mi prisión a la que me atan mis palabras y las tuyas. Palabras en la libreta donde escribo y que son la prisión más grave. Pero en esa prisión libreta, en la última página tu letra roja, tinta de sangre y lágrimas. ‘Te quiero hasta el fin del mundo’. Por última vez confío. Levanto la pluma y no escribo tu nombre solitario y mío que te borra. Levanto la pluma y escribo que te quiero sin final, en ausencia o en presencia y aún en esta imposible combinación de todos los opuestos.
Entonces, el demonio serpiente blanca, enemigo acusador y honesto que es ya dueño de mi alma grita ‘tiene novio’ y muerde. Y después, con una caricia de su lengua bífida en mi oído pregunta, suave, seductor: ¿Pondrás fin al amor que juraste sin final? Demonio serpiente blanca hunde sus colmillos y ahíto de mi dolor, con la boca y el cuerpo llenos grita: amiga, amante, ausencia y presencia, lo mismo da, estás herido para toda la vida. Eres mío como mío es ya su nombre. Sin final.
Tiene razón. Sabe. Aunque yo no supe lo que decía. El demonio serpiente blanca siempre supo. Pienso en los dragones que nos pintamos con tinta y sangre sobre el cuerpo; guardianes fallidos de mi alma y de mi cuerpo que empeñé al diablo y la locura para verte sonreír. Fallaron pienso. Ya no es mi demonio serpiente blanca. Yo soy suyo. Levanto la pluma con mano temblorosa y escribo lo que dice, lo que siento. Lo que ya no sé qué significa. Levanto la pluma y escribo: Sin final.