He superado algunas crisis; hace un par de años, saqué el cuerpo, pero no las piernas, de la trayectoria de un golf a muchos kilómetros por hora. Temí que no volvería a caminar, que no llegaría a la ambulancia. Cuando miré a mi alrededor, algo más calmado, buscaba mi “Viaje por España” de Teófilo Gauthier edición de 1920 y temía más por su integridad física que por la mía. Algún pío cristiano me lo alcanzó diciendo “que bueno que traías tu Biblia, te salvó la vida”. No pude evitar reírme pues, en todo caso, la literatura salvó mi vida. Me sentí, al mismo tiempo hereje, ridículo y libre. El libro estaba bien; ahora tenía en qué entretenerme hasta la llegada de la ambulancia y de mis preocupados familiares. He vuelto sobre este episodio muchas veces, escribí sobre él en mi diario, en un par de cartas de amor y ahora mismo, entre tantas otras. Cuando estuve en París, fui a la tumba de Gauthier para agradecerle el favor. Haber escrito sobre todo eso, me obligó a superarlo, a cambiar de perspectiva y a hacerme más fuerte.
En mis pesadillas, lo peor que puede suceder es quedarme ciego o perder el uso de mis manos. Sin mis ojos, sin extremidades, sería incapaz de escribir. En algún modo, mi fuerza para hacer frente a la vida está ligada a la que tengo para escribir. Me cuento historias esperanzadoras cuando necesito sueños y futuro; realizo mis sueños con el suave deslizar de la pluma o el rítmico golpeteo de mis dedos en el teclado. Mis personajes sufren por mí; los símbolos que utilizo al escribir subliman todas las tristezas o las preocupaciones que pudiera tener. Al quitarme un peso de encima, escribir libera otra vez mis alas. Intentar literatura me limpia y es la mejor manera que he encontrado de crecer y mantenerme vivo.
Cuando escribo, me obligo a pensar. Aprendo a mirar de otra manera; tengo que adoptar posturas externas, distintas a la de mis creencias o mi necedad. Al escribir, se hace necesario mirarlo todo desde fuera, como si uno no estuviese involucrado en ello y entonces, es más fácil analizarlo o sentirlo sin prejuicios sino al contrario, con la libertad que da el no tener nada que ver en ello.
Dejar huellas en el papel sobre mi experiencia, sobre mis pensamientos y mis miedos, me permite encontrarme y encontrar también a las personas importantes de mi vidas a través de las letras. Cada palabra es como una miga de pan que señala el camino recorrido desde y hacia el hogar; escribir es crear un refugio hacia donde volver; perfeccionar la memoria y hacerse incapaz de olvidar.
Escribir me enfrenta a lo que soy y lo compara con lo que quise ser; el sitio donde me encuentro contra el lugar donde quisiera estar. Escribir es mi manera de enamorarme del mundo y de las personas, el lazo de irrealidad que me ata a la realidad. Por todo esto, si tuviera que escoger una palabra entre profesión, vocación o pasatiempo, escogería vocación pero ella no basta para explicar lo que significa para mí la literatura.
Por sí mismas, las letras no valen mucho; lo importante es la sensación y el eco que dejamos los unos en los otros. Soy parte de todos los que he conocido, y todos ellos son parte mía Sin ese tacto de piel contra piel; sin el roce de las almas, la soledad es absoluta y dejo de existir por un rato. Todo el cuerpo es una pasión inútil, la vida misma se borra y queda un vacío, una ausencia de todo, hasta de silencio.
Tengo que escribir para arrancarme del cuerpo esa inexistencia transitoria. Quizá intento convencerme de que aún solo, puedo llegar más lejos. Sé que no es así. Sólo si alguien lee, sólo con un contacto tiene sentido. Debo creer y esperara esa lectura desde fuera para poder existir.
Escribir es mi vida.