miércoles, agosto 30, 2017

Un buen hombre

We do not choose between things but between representations of things.
—Amos Tversky

No hace mucho platicaba con una amiga sobre relaciones y amistades que terminan. Cuando uno anuncia que abandonó o le han abandonado, casi siempre tiene que explicar por qué. Todo abandono es evidencia de un conflicto y significa, esencialmente, que ese conflicto no va a solucionarse. Así que podemos estar seguros de que al otro lado, en algún sitio alguien está hablando de nosotros. No será una descripción inocente, pues el conflicto sobrevive a la relación, ocupa su lugar. No es verdad, no es mentira. Es sólo algo que dicen de nosotros.

     Creo que llegamos a ese tema porque recientemente leí Los amores de Nishino de Hiromi Kawakami. Dudo que pueda decirse que este magnífico libro es una novela o un relato. Se trata de una suma de voces y testimonios sobre el tal Nishino, a quien sólo conocemos por las descripciones que de él hacen las mujeres a las que quiso. El título me parece maravilloso, porque menciona al personaje, pero lo convierte en mera referencia, en eso que tienen en común muchas personas que, casualmente, fueron sus amores. Cada una le cuenta al lector su versión de Nishino. Nunca escuchamos a éste, ni se le cede la palabra, pero sabemos que fue amante de una muy respetable cantidad de mujeres. Son sus historias las que dan forma al libro, retándonos a construir una imagen congruente del amante.


Conocemos por rumores, por espejo, al enamorado, al hambriento de amor, al que quería casarse con cada una de las mujeres que amó, al frívolo, al desesperado, al que cuidaba a una hija ajena como si fuera propia. Más que una biografía o una celebración del casanova, Kawakami nos acerca a las mil formas en que una misma persona extiende la mano del mendigo en busca de un cariño que sea permanente. Y es que hablar de los amores de Nishino no necesariamente implica que alguien lo haya amado a él: »Las personas tienen derecho a enamorarse de otros, no a que los demás las amen«, dice lapidariamente una de ellas.

     De ese modo, Kawakami nos enfrenta con la inestable relación que guardamos con nuestra propia historia. A veces, cuando nos reunimos a hablar de alguien que ya no está, descubrimos nuevas versiones o aspectos o dimensiones de esa persona. Parece triste. Quizá no le conocimos en absoluto. La pregunta sugerida es si seríamos capaces de reconocernos escuchando a otros hablar de nosotros.
La reproduction interdite. René Magritte—

Y es que cada uno es protagonista de su vida, pero no de su historia. La descripción que cada uno hace de sí mismo resulta indiferente, porque la verdad se compone de la suma de las descripciones que hagan de nosotros aquellos a quienes quisimos o nos quisieron. Además de los odiados, los heridos, los indiferentes y todo el resto. Cada persona dirá algo distinto de nosotros cuando estemos ausentes o muertos y así la historia de nuestra vida tendrá un protagonista enteramente distinto a quien sea que vivió la vida que esa historia narra.

     Quizá no nos conozcamos a nosotros mismos sino hasta que aprendamos a escuchar. Cuando exijamos escuchar lo que las personas más queridas opinan de nosotros. Acaso en el amor, lo mismo que en la vida, la única descripción fiable es la de los demás y no la de uno mismo.

     Mi amiga y yo estuvimos de acuerdo en que lo peor sería que hablaran de nosotros en términos vagos y anodinos. Que dijeran, por ejemplo, es un buen hombre. Nada más... Que no haya pasión en la memoria, heridas o alegría en el recuerdo. Que no se mezclaran ahí las ilusiones rotas o la esperanza o la nostalgia. Es un buen hombre. Mejor sería una suma de historias como la de Nishino, en que la memoria, la duda y el cariño dan lugar a las contradicciones. Hasta ahí llegamos.
 
     Por eso prefiero, ¿sabes?, que te abrieras y me dijeras todo lo que me dijiste. Prefiero lidiar con tu odio, tu miedo, tus recelos y todo el resto, que seguir cantándole tangos a tu ausencia y tu silencio.

En la doliente sombra de mi cuarto al esperar sus pasos que no volverán, a veces me parece que ellos detienen su andar. Pero no hay nadie y ella no viene, son sólo fantasmas que crea mi ilusión. Y que al desvancerse va dejando su visión, cenizas en mi corazón.
—Carlos Gardel. Soledad.


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