Acometed el relato como un radiante suicidio, pronunciad sin desmayo el gran no a la vida.
—Michel Houellebecq. Lovecraft, contra el mundo, contra la vida.
Hace tiempo, una querida amiga me dejó en salvaguarda —es decir, como regalo diferido— muchos de sus libros. Es que se iba del país. Acaso el más cercano a mi corazón de entre esos libros es Cuando ya no importe de Juan Carlos Onetti. En todo este tiempo, la comunicación con mi amiga ha sido más bien excepcional. Es que así somos. Nos gusta decir sólo lo que importa, y por eso decimos muy poco. No se me escapa la ironía de escribir que digo poco, cuando llevo años escribiendo esta bitácora que demuestra, si algo, la escasa importancia de lo que aquí permanece.
Al fin volví a encontrarme con mi amiga y le dije que el de Onetti me había dejado loco. Me lo figuré, me respondió, es que tú eres así. Me sorprendió lo acertado de su juicio sobre mi carácter y gustos literarios, por más que sea mi amiga. Es verdad, soy un tipo que escribe y acaso vive, sobre todo, para cuando ya no importe. O cuando ya, de entrada, no importa. Montañas de apuntes que no tienen destinatario porque sólo causarán su efecto cuando ya no esté. O porque al otro lado hay nadie. Mi nombre es Hor. Son apuntes intempestivos, póstumos, como las anotaciones del personaje de Onetti.
Curioso el ejercicio de escribir lo central para que valga la pena cuando ya de nada sirva. Esta es la noción detrás de las notas de todo suicida: decir lo que quiere hacer saber cuando ya no tiene sentido decirlo, es decir, cuando ya no está para decirlo, ni para cosechar respuestas: «Siempre te quise»; o «Podéis iros todos a la mierda!»; o «Te perdono». Dicho desde antes de la ausencia para la ausencia. Perdón, cariño o maldición, carecen de sentido después del acto; ya sólo son desesperación del destinatario.
Todos mis amigos saben (y ahora también quien esto lee) que siempre me han fascinado esos juegos o ejercicios que adquieren sentido en la negación de su sentido. Pienso en Las Meninas de Velázquez, quien se pinta pintando la pintura que está pintando; es decir, a Velázquez pintando una pintura de Velázquez. Creo que Foucault lo analiza mejor de lo que yo pudiera intentarlo. Lo mismo que Velázquez, quien pinta lo que no importa —es decir, el proceso de pintar— y por eso lo reivindica, esto de guardar apuntes reivindica lo inútil. Escribo para mí, dice el escritor. ¿Y entonces? Es imposible escribir algo que no sabías, carece de sentido. Igual de absurdo es decir que escribo para el otro, pues nadie pensará que estas líneas son tan importantes como yo creo que lo son. Ya se entiende el por qué de la poca comunicación con mi amiga. Y por qué, en general, no suelo llamarle a nadie, ni escribir muy seguido. Salvo, eso sí, cuando ya no importa.
— Diego Velázquez. Las Meninas. —
Los escritores vamos tejiendo con cada letra una carta suicida. Acaso hay pocos placeres tan raros como el de imaginar que un día alguien va a leernos y querrá charlar con nosotros, pero será imposible porque habremos muerto. Filosofía para pasado mañana, decía Nietzsche. Y dice Houellebecq que dijo Artaud que “la crueldad contra el prójimo produce resultados artísticos mediocres; la crueldad contra uno mismo es mucho más interesante”. Escribir la nota suicida es un acto que conjuga maravillosamente ambas formas de crueldad.
— Van Eyck. The Arnolfini Portrait (Detalle) —
Un ejemplo: hace casi veinte años, me gustaba una chica. La miraba al otro lado del salón. Y a veces ella también me miraba a mí. No recuerdo su nombre, pero bastaría revisar la montaña de apuntes para rescatarlo. No importa. Yo leía a Hesse y pensaba en ella. Una noche, fue a esperarla su nuevo novio, o el de siempre, pero nuevo para mí. Habían pasado meses de miradas silenciosas, pero fue entonces, cuando la vi abrazar y besar a su novio, cuando al fin me atreví a hablarle: «acaso ya no importa», le dije, «pero me gustas». Fue lo último que le dije. No la volví a ver ni a hablar con ella. Poética de la destrucción o la idiotez. Ni siquiera esperé respuesta. Me fui como un suicida que dejó su nota y se retira de la existencia. Ella me habrá olvidado, de manera que salí de la existencia. Y menos mal, porque el gusto personal no dice nada de nadie, salvo del idiota que hablaba entonces.
Otro ejemplo:
No sé si todavía te paseas por estas páginas, o bitácora, o como quieras llamarle. Pero ayer estaba ahogado de nostalgia tuya. Tú sabes quién eres. Eres tú. Me sumí en la ignominia de mirar viejas y escasas fotografías, con el deseo de volver a esos instantes. No pude conciliar el sueño. Por algo dijo alguien que las noches de domingo son las más peligrosas, cercadas de ansiedades y memoria.
Otro ejemplo:
No sé si todavía te paseas por estas páginas, o bitácora, o como quieras llamarle. Pero ayer estaba ahogado de nostalgia tuya. Tú sabes quién eres. Eres tú. Me sumí en la ignominia de mirar viejas y escasas fotografías, con el deseo de volver a esos instantes. No pude conciliar el sueño. Por algo dijo alguien que las noches de domingo son las más peligrosas, cercadas de ansiedades y memoria.
Fuimos un acto de escritura: crueles con nosotros mismos y con el otro. De manera que fuimos artísticamente muy interesantes, pero poco viables. Aunque duramos años. Hasta en la última conversación que debió ser amable y neutra nos empeñamos en decirnos cuánto nos queremos con premeditada violencia. Tus terrores nocturnos, tus balbuceos de sonámbula en la cama de otro. Mi promesa de olvido y silencio. Promesas para pasado mañana, cuando ya no importe.
No sé si todavía te paseas por estas líneas, pero ayer estaba ahogado de nostalgia tuya. Y me han entrado ganas de decirte que te quiero. Que ojalá seas feliz. Que a veces tengo deseos rabiosos de volver a verte. Una ansiedad malsana de abrazarte y hacer todo lo que hacíamos juntos esas tardes y noches de domingo, cuando todavía no eran peligrosas. O sorteábamos su peligro juntos. Un vino y un silencio y tu presencia. A veces es tanto lo que quisiera, que ni la memoria simultánea de toda la mierda y las heridas que nos causamos me disuade de que habría valido la pena...
Por tu culpa me acordé de Onetti y me vine a escribir estas líneas como Velázquez, pintándose en la pintura que pintaba. Abismando el hecho para anularlo y reivindicarlo en el fracaso, con estas palabras de Onetti que te dedico:
»Iba sabiendo, descubriendo con maravilla que siempre, dese un pasado tan lejano que nunca existió, te estuve queriendo y esperando desde antes de que tú nacieras. Que durante toda mi vida mi amor por ti palpitaba escondido debajo de alegrías y penas«.
Te lo digo porque ya no importa. Para cuando vuelvas a pasearte por aquí precisamente porque ya no importa. Es decir, ya no importe yo lo suficiente como para que mantengas tu distancia. Había que decirlo. La crueldad de nuestra historia, la hace, en retrospectiva, estéticamente interesante. Laberinto de significado y contradicción y fracaso.
»En la vida de todo hombre normal y maduro hay siempre una mujer lejana. Por la geografía o los días. Nunca volveré a ver a mi lejana. Si vive, pisa un punto de la tierra ignorado por mí. Y si llegara a producirse el milagro, ya marchito, del reencuentro, tampoco te ofrecería mis apuntes como lectura. Tal vez, Lejana, te mostraría el montón de hojas como una avergonzada y lastimosa prueba de que yo estuve viviendo en tu ausencia«.
Es por esto que explica Onetti que te dedico aquellas otras líneas suyas. Porque sé que volveré a verte y, por lo tanto, no eres mi Lejana. Serás de otro, como dijo Neruda, creo. Sabrás que he vivido en tu ausencia porque no tendré que mostrarte mis apuntes, habrás leído ya estas líneas. Cuando ya no importe. Suena cruel, pero igual quise decirte que te quiero y que mentí, pues no te olvido.
Me pregunto si tú quisieras haber sido mi Lejana. Si quisieras estar siendo ahora mi Lejana. O si acaso prefieras esto de no serlo, no ser ese centro de nostalgia y propósito y fracaso precisamente porque sé que volveremos a vernos. Casi estoy deseando que te aparezcas. Pero no será milagro. Ni estará marchito. Ese es privilegio de alguien más.
* * *
Quod erat demostrandum.
Ítem. Houellebecq y Artaud tenían razón.
Ítem. Qué bien me conoce mi amiga.
Ítem. ¡Qué manera de escribir la de Onetti!
Bibliografía. Houellebecq, Michel. Lovecraft, contra el mundo, contra la vida. Madrid : Siruela, 2006. Onetti, Juan Carlos. Cuando ya no importe. México : Alfaguara, 2009.