El hombre está solo, frente al mar. Las olas lavan sus pies cansados, pero no siente porque está solo. Tiene la mirada fija en el horizonte y busca una nueva fe más allá del mundo. No puede encontrarla, porque le da la espalda al mundo. Escucha el fragor del mar y mira la espuma de las olas, quisiera interpretarlo todo de otra forma, encontrar una figura imposible que le devuelva la vida. Pero no puede porque está solo. La brisa le acaricia el rostro, más suave que las manos en una despedida. Pero el hombre está sólo, frente al mar, de espaldas al mundo. No siente. No entiende.
Algo cambia. Un sonido nuevo se inmiscuye desde el este, se mete en el mundo y lo transforma. Son pasos que chapotean entre el flujo infinito del mar. El hombre ya no está solo, ahora está perdido frente al mundo, de espalda al mar. Su corazón late distinto cuando reconoce la silueta de una mujer que se acerca. El hombre está de nuevo en el mundo, lo enfrenta con una sonrisa y un quizá.
Ella ríe. El mar borra sus huellas cada tres pasos, como si no estuviera ahí. Las olas le acarician los pies, la brisa marina juega con sus cabellos. La mujer está y no, se borra y sigue adelante. Ríe y camina.
El hombre perdido escucha la risa y su sonido alegre le sirve de guía. Perdido en el mundo, el hombre se da la vuelta y mira a la mujer cercana. Ella ríe, él es feliz, como quien ve un cielo estrellado. El hombre y la mujer sonríen. El hombre perdido en el mundo recibe una sonrisa y se encuentra. Ella da otro paso, le gusta dejar huellas y verlas desaparecer.
Por un instante, el hombre es feliz en el mundo. Al fin siente las olas, la brisa, la melodía de las olas. Se acuerda del sol y busca la luz, pero le lastima. Cierra los ojos. Con un suspiro el hombre entiende. Abre los ojos y la mujer ya está a sus espaldas, sigue su camino. La mujer ríe y camina. Deja huellas que se pierden en el mundo, que se borran en la arena.
El hombre tiene miedo, quiere pedirle que espere, pero sabe que es inútil porque ella ríe y camina. La mujer contempla sus huellas y es feliz porque cada una vuelve a la nada. Así también ella termina por perderse en el horizonte. El hombre contempla esa ausencia y sabe que de nada sirve seguir las huellas que ya se han borrado. El hombre se queda solo, frente al mundo, y prefiere darle la espalda.
El horizonte parece más lejano cuando el sol se pone. Las estrellas se burlan de él. La brisa le hace daño. Pero el hombre está solo y no siente. No entiende. Aún recuerda que hace poco había un rastro de pies en la arena. Eso le hace sospechar que en su cuerpo hay rastros que se han borrado. Mientras recuerde y sospeche su soledad será más terrible. Cae la noche y el hombre está solo, frente al mar. Mañana, cuando vuelva el sol y el hombre olvide, la historia empezará de nuevo.