sábado, enero 16, 2010

Variaciones sobre un tema de amor (4)

4. Levanto la pluma, pienso en escribir, por primera vez, lo que quiero decirte. Pienso escribir lo que pienso decirte. Levanto la pluma y empiezo una historia que no es la que quise contarte sino la de cómo escribo lo que pienso o pienso lo que escribo. Empiezo una historia que quiero decirte, que estoy a punto de decirte. Mis palabras llegan siempre tarde, a punto del sueño y el despertar.

Sueño que estoy, al mismo tiempo aquí y allá. Aquí, frente al cuaderno, pero allá, frente a ti, con el cuaderno entre nosotros. Escribo y al mismo tiempo te digo que todo es culpa tuya y de un sueño que te precede o te sigue, desafiando al tiempo. Desafío también al espacio, porque estoy en todas partes, estoy en las letras, y en el futuro frente a ti con una historia a cuestas, pero también estoy aquí, mirando furtivo hacia la izquierda para espiar tu rostro, tu brazo, tu mano, que también escribo.

Empezó con un sueño, te diré. Un sueño que olvidé casi por completo al despertar. Un sueño, escribo, que regresó de golpe con la violencia del destino, la segunda o tercera vez en que te vi y llenaste mi horizonte con esa crueldad ambivalente de la belleza. Un sueño que recuerdo ahora, mientras escribo, porque estás aquí junto y yo te espío, te describo y te recuerdo soñada para multiplicarte y buscarte infinita aunque no me baste. Empezó entonces, empezó sin que yo supiera, pero empieza también ahora y empezará en unos días cuando te lleguen estas líneas, y las escuches de mi voz, cuando te diga lo que intento escribir ahora, pero no me atrevo. Quisiera mirarlo todo desde una perspectiva fuera del tiempo, más allá del espacio, para saber lo que pasará después, cuando tus ojos dejen atrás el punto final en estas líneas y se asomen a mirarme. Quisiera estar en todas partes. Porque a la derecha tengo la pluma y letras para hacerte, a la izquierda estás tú y tu mano, y tu sonrisa. En medio yo, que no sé elegir. Quisiera estar en todas partes, en todo tiempo, antes, después.

Antes, cuando te vi por primera vez y llevabas una playera blanca. Ahora, cuando espío tus manos y las encuentro hermosas. Te vi y no supe quién eras, te vi ajena, aún fuera de mi mundo, de mis letras y mis sueños. Acaso por eso me cuesta tanto recordarlo, pero también por eso quisiera estar en todas partes. Fuiste un rostro lindo entre un mar de miradas. Nada más. Tú, antes de todo, antes de mí, en estado de pureza. No puedo escribir, me pierdo entre tiempos, lugares y circunstancias. Te miro ahora, a mi lado, y me gustaría encontrar y reconocer esas diferencias que deben existir entre tu pureza y mi interferencia. Entonces, la primera vez, te miré de soslayo y renuncié, aterrado acaso por todas las posibilidades con las que ahora juego, apuesto, cifro. Ahora, te miro de soslayo también y aunque renuncio, espero. Llevabas una playera blanca una tarde y después desapareciste durante semanas. O no supe verte durante semanas. Renuncié porque no puedo saberlo.

Pero volviste, volviste distinta y ya no eras tú, la de la playera blanca y distancia insalvable, eras distinta, familiar, querida desconocida. Mis ojos te buscaron esa tarde sin cuidado, como si te esperaran desde siempre, ansiosos de tu presencia, como si te conocieran y verte fuera necesario. Te miré como si hubiese pasado semanas esperando a alguien que no eras tú, pero que por milagro coincidía o se había apoderado de tu cuerpo y de tus ojos. Como por instinto, supe que al volver a verte, buscaría un lugar junto a ti. Y así fue, encontré ese sitio, busqué algún modo de llamar tu atención y hablar contigo. Así como la primera caricia, algo más allá de mí, arrastró mi cuerpo, mis pensamientos, hacia ti. Reíste y yo me sentí capaz de hacerte sonreír. Guardé esa primera sonrisa tuya sin avaricia, como si no fuese la primera, sino otra de tantas que me hubieses regalado. Guardé tu sonrisa como si la conociera, como si fuese mía desde siempre o hubiese estado destinada a mis ojos desde un tiempo antes del tiempo. Pasaron minutos, al principio lentos y luego horas, rápidas implacables las horas, pero entonces, sin angustia, me despedía poco a poco de ti, como uno se despide del hogar y todo lo que quiere, porque sabe que volverá, me despedí sin la angustia del atardecer que no volverá.

Te fuiste en clama. Me fui también. Nos despedimos. Aunque nosotros, los de entonces, ya no éramos los mismos. Confundido entonces, confundido ahora, me llenaba y llena algo así como la alegría de ver a un viejo amigo o mirar de lejos el hogar que guía los pasos, me llenaba la sensación de encontrar el camino que creí perdido. Algo distinto pero qué. Y cómo describirlo. Para qué. Te fuiste. Te vi partir, agité la mano en despedida. Resignado, sin indiferencia, mis pasos nos separan, pero yo pensaba en ti, en el misterio que transmutó tu extrañeza en familiaridad, mi renuncia en algo como un llamado. Pensaba en ti, en el misterio de pensar en ti y sentirte cerca aunque eras una hermosa desconocida. Unos pasos más, el atardecer inminente y acaso un viento frío. Tu rostro ante mis ojos, tu risa haciendo eco en mi memoria. Pero era un sueño. O quizá. Porque el salto no tiene sentido y nunca lo tuvo. Tú, con playera blanca y en estado de pureza, de renuncia. Tú, la misma, otra, más parte de mí que parte tuya.

Me veo caminando al atardecer, me miro en unos días contándote que caminé al atardecer pensando en ti, diciéndote que te miraba de soslayo y con insistencia mientras escribía que caminé pensando en ti al atardecer. Me miro al escribir la palabra sueño, con la que quiero explicarlo todo. Escribo lo que te diré, que otra vez, como en un sueño, la puesta del sol trajo de golpe a todo mi cuerpo la explicación perfecta y absurda que es piedra angular de todas mis palabras. Principio a destiempo y simultáneo de todo lo que sigue y quiera el cielo, seguirá. En ese atardecer tembló mi cuerpo, cerré los ojos y sonreí, quieto en mi lugar, entre un paso y otro; pesaba en ti y entendí de golpe el origen de la herida y la ceguera.

Fue un sueño y olvidé al amanecer, un sueño que se borró o escondió en espera de ti, de tu rostro, tu voz y tu sonrisa como señales de recuerdo, como grito de batalla. Dos o tres noches antes, soñé contigo, de playera blanca, contigo distinta, soñé que te miraba de lejos en un ambiente parecido al nuestro. Soñé que sonreías y alargabas tu mano hacia mí. Soñé que no podía creerlo y sonreí también mientras me acercaba tembloroso, incierto, a tomar tu mano. Y con esa lógica del sueño resolvimos en un instante dudas, discusiones y miedos. Decidimos ser felices. Un chofer te esperaba junto al lujoso auto pero tú, aún aferrada de mi mano, me llevaste lejos a esconderte, me hiciste cómplice de tu media vuelta cuando escapaste del chofer y de él. En el sueño tuve cruel certeza al preguntarte ¿y él?, pero no hubo sitio para tu respuesta. O quizá lo que siguió fuera una respuesta. Me abrazaste tierna y desesperada, como si adivinaras la ambición secreta que no supe confesar hasta que cerré mis brazos en turno tuyo y sonreí decidido, igual que tú, a ser feliz. No importa, pensé, la felicidad espera. Me besaste. Desperté feliz sin saber por qué, sin memoria de ese sueño hasta que llegaste días después a rescatarlo o liberarlo de su prisión en los confines de mi renuncia. Todo esto, de golpe, en menos de un segundo, entre un paso y otro, mientras pienso en ti y veo al sol ponerse. Cuando termine el día y llegue la oscuridad ya no serás la misma, no podrás ser la misma nunca.

Levanto la pluma y escribo, escribo que pronto, en unos días te diré que soñé contigo y que por ese sueño fui capaz de buscarme un lugar junto a ti y me atreví a buscar por todos los medios la fórmula mágica que me permita repetir tu sonrisa tantas veces como el mundo lo soporte sin que baste nunca para llenar mis ambiciones, mi deseo, mi cariño. Me miro entonces, después, frente a ti, confieso lo que ahora escribo, la misma historia que te cuento antes de contarla. Nos miro en el futuro, frente a frente, con estas letras en medio como puente o como abismo, y no sé imaginar tu rostro. Ahora, mientras escribo, levanto la mirada para buscar tus ojos y los encuentro; pero aún así no sé imaginar tu rostro mañana, en unos días, no sé adivinar tu sonrisa o tu rechazo cuando te diga que soñé contigo y lo olvidé. Cuando te diga que recordé mi sueño al atardecer, entre un paso y otro. O que me obligaste a inventarme un sueño para renunciar a la renuncia. Tu reacción cuando te diga y sepas al fin que desde esa tarde, al recordar mi sueño y hasta ahora, cuando escribo y busco tu mirada, cada día y cada instante entre un momento y otro, encuentro la constelación de Orion como resumen del cosmos en tu piel, en tu brazo derecho. Y que así también encuentro conjugadas en ti las noches interminables de mi vida en que mirando al cielo, buscaba estrellas y encontraba soledad. El futuro se cierra a la imaginación cuando pienso en tu reacción después que al fin te diga que llevo semanas a punto de escribir tu nombre, a punto de saber si esa palabra hermosa puede con sus cinco letras, encerrar el infinito y las contradicciones de mis sueños, la ilusión y tu verdad.

Semanas a punto de escribir tu nombre, de inventar la primera caricia, de levantar la pluma con tu sonrisa inmaterial ante mis ojos. A punto de escribir sobre el miedo a este instante que se va, temor del infinito porque no basta. A punto, siempre un instante antes. Y no podré dar el paso sino hasta que sepas. Estoy atrapado, desde aquél atardecer, entre un paso y otro, congelado más allá del tiempo, mirando ubicuo las fractales de tu historia o mi destino. No sabré moverme sino hasta que sepas, cuando leas esto o escuches una historia, hasta que puedas mirarme con mis ojos, perdido en este laberinto de tiempo, sueños y temores, perdido en un laberinto de fractales del que ninguna ecuación puede sacarme, un laberinto como los que dibujas a veces, perdido. Pero con la mirada fija en la luz y abriéndome paso como condenado hacia el cadalso, desde ese abismo donde no te conocía ni te esperaba, donde no existías ni como silueta de una sombra. En algún modo sigo ahí, en ese atardecer, maravillado ante tu rostro, dividiéndome en posibilidades y expectativas que surgen y se desvanecen cuando las pienso. No podré moverme hasta que te asomes desde mis ojos a este laberinto, donde a lo lejos brilla la luz que acaso sea tu nombre.

A punto, pero inmóvil. Incapaz de avanzar siquiera un micra hasta que mi universo fragmentado en desenlaces posibles encuentre solución, escape o esperanza en tu sonrisa o tu rechazo. No escribo tu nombre. No me atrevo. Estoy a punto, pero inmóvil. Se acerca el fin y la luz me hace ver con claridad ese cadalso distante que espera siempre al final de todo laberinto. Entonces escribiré tu nombre, cuando ya no exista duda, miedo o esperanza de que esa palabra tuya y mía, sea felicidad o maldición.



25 de Noviembre de 2009